martes, 12 de febrero de 2013

El combate de Nando

Segunda parte del reportaje 'La segunda vida de Estitxu y Nando', publicado por EL DIARIO VASCO en octubre de 2008



El combate de Nando
«Una vida salvada merece ser vivida». Es el lema de ATECE, asociación de afectados de Daño Cerebral Adquirido de Gipuzkoa. A ella pertenece Nando de Sosa, hernaniarra de 57 años. Su combate comenzó también en mayo de 1998, cuando sufrió un derrame cerebral mientras ejercía su profesión, electricista, en Lazkao. Las fuerzas abandonaron el lado derecho de su cuerpo y perdió el habla, pero llegó consciente al hospital de Zumarraga, donde cayó en coma. Los médicos no esperaban que sobreviviese, pero no contaban con el carácter de este antiguo jugador de rugby.
Despertó doce horas después en la UVI del Hospital Donostia, donde también se encontraba Estitxu, de quien después se haría amigo. Nando abrió los ojos, pero no sabía quién era ni dónde se encontraba, no podía hablar ni moverse y no reconoció a su mujer, Lourdes, ni a su familia. Estuvo en ese estado durante un mes.
A los tres meses, soltó su primera palabra: «¡Hostia!», cuando su mujer y un amigo le estaban «agobiando» a base de preguntas. Después pasó ocho semanas sin decir nada, pero consiguió recuperar el habla, aunque le cuesta y en ocasiones pierde el hilo por el deterioro de su memoria. Pero se defiende, «gracias a las logopedas de ATECE», que le han enseñado «a hablar con tranquilidad».
Sufre una hemiplejia, es decir, una inmovilidad en la mitad de su cuerpo, en su caso la derecha, porque el derrame afectó al lado izquierdo de su cerebro, como evidencia un hoyo en ese lado de la cabeza. Necesita una muleta para caminar, pero lo hace todos los días. Le costó mucho hacerse zurdo, pero a día de hoy escribe «mejor» con su mano útil que antes con la diestra.
También pinta, en el centro de ATECE, donde ha aprendido a usar el ordenador, y los viernes va a la piscina con el resto de usuarios. Lo que más añora de su vida anterior es «trabajar y pensar con claridad».
Pero no tiene, en cambio, que echar de menos a nadie. Nando es «uno más» de la misma cuadrilla de toda la vida, con la que viaja a las Landas en Semana Santa, aunque llevan «tres o cuatro años sin ir». También va de vacaciones con Lourdes, «alguna vez», a Fuengirola, y ha vuelto «encantado» de Granada, a donde lo llevó ATECE en mayo.
Nando protesta contra la conducción brusca de los autobuses, que amenaza con tirar a las personas que, como él, carecen de estabilidad. Además, critica que paran «a un metro» de la acera y pide que los inclinen para que puedan bajar discapacitados como él y mayores. Pero no se limita a protestar verbalmente. Saca fotos de los coches aparcados indebidamente en las plazas para discapacitados y en los pasos de cebra y planea una exposición. «Con matrículas», advierte.

La segunda vida de Estitxu

El daño cerebral adquirido afecta a unos 11.000 vascos, pero la red de rehabilitación es mínima. Dos afectados explican su experiencia desde que volvieron a nacer


DV. Estitxu Amador tenía 25 años en 1998, cuando ejercía su profesión, ingeniera informática, en Madrid, donde vivía con su novio Santi y sus tres gatos. Le gustaba leer, correr, patinar, nadar... Tenía la carrera de música, tocaba el txistu y daba clases. Hablaba «perfectamente» euskera y francés. Había aprovechado bien un cuarto de siglo y tenía toda la vida por delante.
José Manuel habla de su hija con orgullo de padre, mientras la acercan a la mesa en su silla de ruedas. Estitxu tiene la cabeza gacha y el rostro inexpresivo. «Eh, joven, ¿esa carita?», le insta su padre, y ella la levanta y sonríe como puede, más con sus ojos que con sus labios.
En el puente de mayo de 1998, Estitxu estaba en casa de sus padres en Donostia. De repente, se agarró la cabeza, exclamó 'qué dolor', «y ahí se acabó. Perdió la consciencia y se le volvieron los ojos». José Manuel recuerda el momento de la hemorragia cerebral y ella sufre al oírle. Tras debatirse entre la vida y la muerte, volvió a nacer. «Un día abrió los ojillos, y poco a poco fuimos viviendo». Comenzaron a comunicarse con parpadeos: uno, «sí»; dos, «no». Así descubrieron que su cabeza estaba «bien». Santi no estaba allí.
Estitxu padece daño cerebral adquirido (DCA), es decir, una lesión en el órgano más importante del cuerpo y que coordina todos los demás. Sus causas principales son los accidentes que provocan traumatismos craneoencefálicos y los ataques cerebrales, también llamados ictus, primera causa de muerte entre las mujeres y segunda en los hombres.
Muchas personas sobreviven a esos episodios con secuelas que varían según la zona del cerebro dañada. Puede afectar a la movilidad, los sentidos, la comunicación, la inteligencia, la atención, la memoria, las emociones y la conducta. El epidemiólogo Javier Mar ha calculado que alrededor de 11.000 vascos sufren discapacidad en la actualidad por el DCA.
Dependiente
Estitxu ha perdido, aunque no en su totalidad, la movilidad de brazos y piernas. Hay que llevarla al baño, desplazarla, partirle la comida, asearla... «Está estabilizada y no se esperan cambios», informa el responsable del centro de día de Aita Menni en Donostia, el psicólogo Iñigo Urrutikoetxea. También señala que su consciencia, su atención y su memoria están «relativamente preservadas».
Con el ordenador del centro, Estitxu sólo necesita tiempo para comunicarse. El segundero del reloj, sobre la mesa, recuerda su paso con varios latidos entre clic y clic del ratón con el que ella señala letras en la pantalla. Escribe mayúsculas, tildes, puntúa bien y corrige las erratas. Después, manda a la máquina que lo diga por ella.
Así, Estitxu explica que, cuando se dio cuenta de que no se podía mover, sintió como si se hubiera terminado su vida. «No fue así, afortunadamente», interviene José Manuel, siempre sonriente, porque casi pierde a una hija. Ella continúa: durante cuatro años, conservó la esperanza de volver a moverse, pero en 2002, en Barcelona, tras operarle, le dijeron que no podían hacer más. Aquello fue «más duro», si cabe, que despertarse tras el ataque.
«Me gustaría enormemente poder volver a ser quien yo era», escribe. Lo que más echa de menos es su autonomía, poder hablar y andar por sí misma, que es lo que hace en sus sueños. Sufre mucha ansiedad, confinada dentro de su cuerpo inerte.
Viaja con sus padres. El lugar que más le ha gustado es la Alhambra granadina y volvería a Cuba. Pero en casa es «feliz». Le gusta la televisión, sobre todo el concurso Pasapalabra. Escucha a Queen y George Michael. En el centro, lo que más le place es la comida, la siesta y el ordenador. Sus amigos de antes siguen con su vida y a veces le visitan.
Santi reapareció cuatro años después del accidente. Llama la atención ese retorno tardío tras su ausencia inicial. «Pero él era, y sigue siendo, mi novio», escribe Estitxu en un cuaderno, y lo subraya con una mirada feliz que no admite dudas. Se mandan correos y poco importa que no se hayan visto en los últimos cinco años. Ella lo ve por las noches en sus sueños, en los que incluso se han casado. Después, despierta, la traen al centro, y a vivir, día a día. «Qué remedio», dice con un hilo de voz, mientras sonríe con sus ojos azules.
Próximamente, La segunda vida de Nando

Flores en la carretera - La sonrisa de Rubén

Final del reportaje 'Flores en la carretera' publicado por EL DIARIO VASCO en enero de 2008.

«Recuerdo a mi hijo siempre sonriente»


Rubén Arrieta contaba 19 años cuando falleció por accidente sin salir de su pueblo, Zarautz, el 7 de agosto de 2005. «Siempre decía que iba a morir en moto, pero nunca pensé...», recuerda su madre, Luisa Morilla. El joven chocó con su motocicleta contra un automóvil cuya conductora, joven y principiante, había realizado una maniobra indebida, «un error que puede cometer cualquiera. Sin embargo, José, el padre de Rubén, la culpa. Ha sufrido mucho, como mi madre y el pequeño, Joseba, que ahora empieza a remontar».

Luisa vela por que siempre haya flores en el lugar donde murió Rubén. «Como madre, hay un antes y un después». Llora serena mientras cuenta su historia. «Es como si te pusieran una losa encima de la cabeza». Le consuela que «fue muy feliz toda su vida. Viajó mucho, tuvo el amor de una chica... Vivió cosas que mucha gente con 60 no ha vivido. Era muy inteligente. Hubo una etapa en la que no quería estudiar, pero cuando murió estaba a punto de acabar el bachiller».

«Se proponía ser piloto, la aviación era su pasión. En un vuelo, le dejaron entrar en la cabina y el capitán dijo que era el aficionado que había conocido que más sabía de aviones. Era un manitas y trabajaba en un bar. Lo recuerdo siempre sonriente y muy alegre. El último día fue muy especial, bonito y entrañable, y lo siento como una despedida. Le decía todos los días que lo quería. Hay que decirlo».

Rubén murió a las 10.50 horas, y Luisa se sintió indispuesta a las 11, cuando estaba en Donostia con su pareja, Óscar. A las 12 les informaron del accidente. Camino de Zarautz, Luisa intuyó lo peor: «Rubén ha muerto», y el «frío, el vacío y el dolor» se apoderaron de ella.

«Es un dolor con el que hay que aprender a vivir. Tengo una madre, una pareja y un hijo que también me necesitan. Vivo el día a día. Siento la falta de mi hijo, no la muerte, porque creo que hay una vida mejor después de esta. Todos los días hablo de Rubén, lo lloro y río con él, y también a diario pido a Dios que no se lleve a Joseba --siento miedo cuando suena el teléfono".

"Rubén está conmigo. Siempre busco una estrella en el cielo y la encuentro antes de llegar a Zarautz. Sueño con él, que siempre se ríe, y me da mucha paz». Un avión surca el cielo. Luisa lo mira complacida. «Mira, ahí va».

lunes, 11 de febrero de 2013

Flores en la carretera - En el nombre del hijo

Continúo reproduciendo el reportaje 'Flores en la carretera' publicado por EL DIARIO VASCO en enero de 2008.

«¿Por quién luchar si no es por un hijo?»


La frontera que separa el accidente del homicidio la fijó un juez en el siguiente caso. El culpable, Laurent Marcel P. M., transportaba 872 kilogramos de hachís por la A-8, a la altura de Itziar, en un Touareg blindado. Avistó un control de la Guardia Civil, dio media vuelta y huyó en dirección contraria. A lo largo de 7 kilómetros, la suerte sonrió a varios conductores. Iosu Trujillo y Teresa Ruiz, sin embargo, no pudieron esquivarlo.

Era medianoche del 18 de febrero de 2005. Las víctimas contaban 33 y 35 años, respectivamente. La parte delantera del Rover 45 que conducían quedó completamente destruida. El habitáculo interior del Touareg, en cambio, resultó intacto. Laurent Marcel fue condenado a 15 años de prisión.

La Ertzaintza consiguió dar con el padre de Iosu, José Luis, a las nueve de la mañana. El estrés que le causó la noticia le reventó el oído derecho, pero no se dio cuenta hasta dos semanas después, gracias al teléfono. Ahora está a la espera de una operación para recuperar la audición.

Tenían una relación muy estrecha -«era amigo además de hijo»- que no se ha interrumpido. José Luis lleva el reloj de Iosu, y usa habitualmente ropa del «chaval». «No he acudido a ningún psicólogo porque ya sé lo que tengo. Al chaval de la cabeza no me lo puedo quitar. Estoy viviendo siempre con él». Asegura que no se siente «la misma persona» y que ha perdido la tranquilidad, pero por lo menos ha conseguido dormir mejor y sin pastillas.

Este mecánico jubilado honra la memoria de su hijo. «Era un chaval majísimo. Era como son las personas». A los 23 años, Iosu, cuya inteligencia deslumbraba a compañeros y profesores, se convirtió en el ingeniero número uno de su promoción. Por aquel entonces falleció su madre, Lucía Vidán, por la que se desvivía. «Tras el accidente me decían: 'menos mal que no vive Lucía'».

Iosu era muy apreciado por sus compañeros, entre ellos su hermano José Luis. Fue un año campeón del interpueblos de pelota, deporte que practicaba en el pueblo de su madre, Alda, en Álava, donde le tributaron un homenaje el pasado 24 de noviembre. También era un «excelente» conductor. José Luis siempre lo dejaba conducir porque «era mucho más responsable. Jamás había tenido un accidente. Además, era abstemio».

Teresa y Iosu se conocieron en San Fermín tres años antes del accidente. En 2005, residían en Altza y ella era matrona en el Hospital Donostia. Además, trabajaba como cooperante en verano. Planeaban casarse, y a Iosu se le notaba encantado con la primera hija de su otra hermana, Jaione -«a la segunda no la ha conocido». El abogado Miguel Alonso los definió como «personas válidas en la sociedad».

Cuando José Luis anunció que se iba a personar en el juicio contra el traficante, le advirtieron que le iba a costar dinero. «Como si me tengo que arruinar. Si no es por un hijo, ¿por quién vas a luchar?». Pero no guarda rencor a Laurent Marcel. «Tenía la misma edad y le esperan muchos años de cárcel. No puedo evitar sentir pena por él aunque me haya matado al hijo».

domingo, 10 de febrero de 2013

Flores en la carretera - No fue un accidente

Reportaje publicado por EL DIARIO VASCO en enero de 2008

Flores en la carretera

La carretera y la violencia vial se cobran vidas y marcan otras. Los familiares honran a sus víctimas con el recuerdo y la lucha por la justicia. Así lo hacen tres familias que han sufrido esta amarga experiencia

SAN SEBASTIÁN. DV. Euskadi registró 70 fallecidos en accidentes de tráfico en 2007, lo que supone un descenso del 18,6% respecto a los 86 decesos registrados el año anterior. Unas cifras que sólo tienen en cuenta a los fallecidos en vías interurbanas en las primeras 24 horas tras el choque, y que no distinguen entre accidentes, casuales, y los que no son fruto del azar, sino directamente imputables a conductores temerarios. Hay que considerar el descenso, pero sin perder de vista que esa cifra incompleta computa dramas como los que narran Josetxo, José Luis y Luisa.

«No fue un accidente, sino un asesinato»


El primer accidente mortal de 2007 en Gipuzkoa sucedió la media noche entre el 1 y el 2 de enero. Cinco miembros de una misma familia circulaban cerca de su pueblo, Hernani, cuando llegaron a un cambio de rasante sin visibilidad donde la velocidad máxima es de 70. De improviso, los embistió otro automóvil a gran velocidad. Su vehículo pasó de 70 a 0 en un instante, giró 180 grados y retrocedió cinco metros. El otro recorrió 15 metros más, con el motor haciendo de ancla.

Ángel Lázaro, el aitona, falleció al volante. Su nieta Haizea Etxeberria, de cuatro años, sufrió un traumatismo cerebral interno. Entró en la UCI de Pediatría del Hospital Donostia en brazos de su padre, Josetxo, que también se había llevado lo suyo: politraumatismo óseo y muscular completo sin fracturas, que implicó desgarros en toda la musculatura, inflamación de todos los huesos, costillas flotantes y aplastamiento de la quinta vértebra lumbar, con un hematoma en la médula espinal que le impidió sentir de cintura para abajo durante días.

Su esposa Susana Lázaro y su suegra Aurora Pérez tampoco salieron mejor paradas. Entre otras lesiones, ambas se rompieron fémur izquierdo y cadera; además, la segunda sufrió la fractura de ambos húmeros, esternón y pleura, y también entró en la UCI. A las cinco de la mañana, la pediatra solicitó a Susana y Josetxo su permiso para donar los órganos de Haizea en caso de muerte, dada su extrema gravedad. Consintieron y a las siete se pusieron en contacto con abogados, a los que trasladaron una sospecha: no había sido un accidente.

Haizea salió de peligro el día 8; Aurora, a las dos semanas. La familia recuerda indignada que, si hubieran muerto más de 24 horas después del choque, no habrían figurado en las estadísticas. Ninguno pudo asistir al entierro de Ángel, ni tampoco sumirse en el dolor: se impuso recuperarse y hacer frente a la adversidad. El 20 de enero, la Ertzaintza les notificó que el «agresor» dio 2,5 gramos de alcohol por litro de sangre. Más adelante, contrataron un perito que calculó la velocidad del «asesino al volante»: 144 kilómetros por hora en un tramo con un máximo de 70. «Los gritos de Haizea me impactaron tanto que hasta agosto no soportaba oírla llorar», recuerda Josetxo. «Pero no quiero olvidar nunca la imagen de mi hija medio muerta en mis brazos porque es lo que me da fuerzas para reivindicar que esto no vuelva a pasar. Tampoco podemos traicionar la memoria de Ángel. No fue un accidente, sino un asesinato en toda regla. He convertido en la causa de mi vida, mi cruzada, que el agresor sufra una pena proporcional, que cargue con las consecuencias de sus actos, para que se lo piensen dos veces. Contratan el seguro para matar gente, destrozar familias y evitar la cárcel».

«No nos van a comprar con dinero -que no llegue, es otro tema-. Exigimos responsabilidades penales. Llegaremos hasta el final», advierten, al igual que admiten que la situación económica es «insostenible». Han pedido dos créditos y no pueden calcular cuánto han adelantado, entre tratamientos -tras el alta con secuelas-, rehabilitación, traslados, cambios de domicilio y obras para adaptarlos, contratación de asistentes. Pero ni Josetxo ni Susana han repuesto las gafas deterioradas en el accidente. «Es cuestión de prioridades», como la de contratar al perito.

Agradecen a todo el personal de la planta tercera de Traumatología y la UCI de Pediatría del Hospital Donostia que se volcaran en su caso -«no hay palabras». Sin olvidar a familiares, amigos y vecinos, sin cuya ayuda no habrían podido salir adelante, ya que no podían cuidar unos de otros, dados los diversos grados de discapacidad y dependencia. «Este sufrimiento no se puede pagar con dinero». Para muestra de lo que les espera todavía, Susana, a sus 34 años, ya padece artrosis degenerativa.

«Si mi hija hubiera muerto, no habría tenido fuerzas para seguir adelante. Empecé a andar para no quedarme en silla de ruedas y cuidar de ella», revela Josetxo. Haizea superó la lesión cerebral sin secuelas aparentes -«ahora es la que mejor está»-, y a sus 5 años también lo tiene claro: «Aita, cuéntalo para que no nos vuelva a pasar».
(Continuará)

sábado, 2 de febrero de 2013

Perder las piernas en el trabajo

Continúo reproduciendo el reportaje "No podrán con nosotros" publicado por EL DIARIO VASCO en 2009


«Echo de menos poder valerme por mí mismo»

Abede Akass nació en Marruecos en 1979. Vino a España en 2000, aunque un mes después hizo una visita a su país de origen para casarse con su mujer, que se quedaría allí. Durante siete años, Akass desempeñó distintos trabajos, primero en Galicia y luego aquí en Gipuzkoa.
En 2007, Abede vivía en Aretxabaleta y trabajaba en una chatarrería local. El 31 de octubre de aquel año, la máquina que aplastaba el cartón se atascó. El joven se acercó para solucionar el problema. El aparato se puso en marcha de golpe, le atrapó ambas piernas y todo se hizo dolor. Se las arrancó casi hasta las rodillas. No perdió el conocimiento y los minutos se hicieron eternos mientras lo trasladaban al hospital comarcal de Arrasate.
En la cama del hospital, con su familia en Marruecos, Abede quedó «abandonado en manos de Dios». A los pocos días, lo trasladaron al Hospital de Santiago en Vitoria, y más tarde al de San José, en la misma ciudad y de la mutua Mutualia. El joven pasó un mes «muy largo y complicado, el más duro» de su vida, dominado por la soledad, la angustia y el dolor de los miembros que ya no tenía.
Al mes del accidente, Mutualia, a la que Abede está muy agradecido, trajo a sus padres y a su mujer desde Marruecos. El reencuentro fue un choque de sentimientos encontrados. La satisfacción del paciente, por fin con los suyos, se estrellaba contra el sufrimiento de unos padres que tenían ante sus ojos bañados de lágrimas a su hijo mutilado. Ellos tuvieron que regresar al país vecino, pero su esposa pudo permanecer junto a Abede en Vitoria, donde se quedaron por ser una ciudad mejor adaptada a sus problemas de movilidad. Los siete años de trabajo de Akass en España sirvieron para que la pareja pudiera vivir con sus ahorros. Ella no podía ponerse a trabajr porque él necesita asistencia continua. El tema de la pensión «está en manos de los profesionales». Todavía no saben «nada» de las ayudas de la Ley de Dependencia solicitadas.
Abede tiene que luchar todos los días, física y mentalmente. «Lo paso mal, no vamos a mentir». Hace rehabilitación de lunes a viernes, aunque a veces no le apetezca tras «darle vueltas» enfermizas a la cabeza. Con las prótesis que le compró la mutua y las muletas, puede andar algo, «¿y sabe cuánto?: 1.350 metros, pero llega a casa «cosido por el calor» y se las quita con los muñones ardiendo. Una vez allí, necesita ayuda hasta para lo más básico. Confiesa que más de una madrugada se ha hecho sus necesidades encima al no conseguir ponerse las prótesis para llegar al baño.
Abede añora «la vida, poder valerme por mí mismo, poder andar como los demás, subir al monte, nadar. El trabajo no; ahora, tras lo que me ha pasado, lo odio».

Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.