martes, 12 de febrero de 2013

La segunda vida de Estitxu

El daño cerebral adquirido afecta a unos 11.000 vascos, pero la red de rehabilitación es mínima. Dos afectados explican su experiencia desde que volvieron a nacer


DV. Estitxu Amador tenía 25 años en 1998, cuando ejercía su profesión, ingeniera informática, en Madrid, donde vivía con su novio Santi y sus tres gatos. Le gustaba leer, correr, patinar, nadar... Tenía la carrera de música, tocaba el txistu y daba clases. Hablaba «perfectamente» euskera y francés. Había aprovechado bien un cuarto de siglo y tenía toda la vida por delante.
José Manuel habla de su hija con orgullo de padre, mientras la acercan a la mesa en su silla de ruedas. Estitxu tiene la cabeza gacha y el rostro inexpresivo. «Eh, joven, ¿esa carita?», le insta su padre, y ella la levanta y sonríe como puede, más con sus ojos que con sus labios.
En el puente de mayo de 1998, Estitxu estaba en casa de sus padres en Donostia. De repente, se agarró la cabeza, exclamó 'qué dolor', «y ahí se acabó. Perdió la consciencia y se le volvieron los ojos». José Manuel recuerda el momento de la hemorragia cerebral y ella sufre al oírle. Tras debatirse entre la vida y la muerte, volvió a nacer. «Un día abrió los ojillos, y poco a poco fuimos viviendo». Comenzaron a comunicarse con parpadeos: uno, «sí»; dos, «no». Así descubrieron que su cabeza estaba «bien». Santi no estaba allí.
Estitxu padece daño cerebral adquirido (DCA), es decir, una lesión en el órgano más importante del cuerpo y que coordina todos los demás. Sus causas principales son los accidentes que provocan traumatismos craneoencefálicos y los ataques cerebrales, también llamados ictus, primera causa de muerte entre las mujeres y segunda en los hombres.
Muchas personas sobreviven a esos episodios con secuelas que varían según la zona del cerebro dañada. Puede afectar a la movilidad, los sentidos, la comunicación, la inteligencia, la atención, la memoria, las emociones y la conducta. El epidemiólogo Javier Mar ha calculado que alrededor de 11.000 vascos sufren discapacidad en la actualidad por el DCA.
Dependiente
Estitxu ha perdido, aunque no en su totalidad, la movilidad de brazos y piernas. Hay que llevarla al baño, desplazarla, partirle la comida, asearla... «Está estabilizada y no se esperan cambios», informa el responsable del centro de día de Aita Menni en Donostia, el psicólogo Iñigo Urrutikoetxea. También señala que su consciencia, su atención y su memoria están «relativamente preservadas».
Con el ordenador del centro, Estitxu sólo necesita tiempo para comunicarse. El segundero del reloj, sobre la mesa, recuerda su paso con varios latidos entre clic y clic del ratón con el que ella señala letras en la pantalla. Escribe mayúsculas, tildes, puntúa bien y corrige las erratas. Después, manda a la máquina que lo diga por ella.
Así, Estitxu explica que, cuando se dio cuenta de que no se podía mover, sintió como si se hubiera terminado su vida. «No fue así, afortunadamente», interviene José Manuel, siempre sonriente, porque casi pierde a una hija. Ella continúa: durante cuatro años, conservó la esperanza de volver a moverse, pero en 2002, en Barcelona, tras operarle, le dijeron que no podían hacer más. Aquello fue «más duro», si cabe, que despertarse tras el ataque.
«Me gustaría enormemente poder volver a ser quien yo era», escribe. Lo que más echa de menos es su autonomía, poder hablar y andar por sí misma, que es lo que hace en sus sueños. Sufre mucha ansiedad, confinada dentro de su cuerpo inerte.
Viaja con sus padres. El lugar que más le ha gustado es la Alhambra granadina y volvería a Cuba. Pero en casa es «feliz». Le gusta la televisión, sobre todo el concurso Pasapalabra. Escucha a Queen y George Michael. En el centro, lo que más le place es la comida, la siesta y el ordenador. Sus amigos de antes siguen con su vida y a veces le visitan.
Santi reapareció cuatro años después del accidente. Llama la atención ese retorno tardío tras su ausencia inicial. «Pero él era, y sigue siendo, mi novio», escribe Estitxu en un cuaderno, y lo subraya con una mirada feliz que no admite dudas. Se mandan correos y poco importa que no se hayan visto en los últimos cinco años. Ella lo ve por las noches en sus sueños, en los que incluso se han casado. Después, despierta, la traen al centro, y a vivir, día a día. «Qué remedio», dice con un hilo de voz, mientras sonríe con sus ojos azules.
Próximamente, La segunda vida de Nando

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Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.