martes, 12 de febrero de 2013

Flores en la carretera - La sonrisa de Rubén

Final del reportaje 'Flores en la carretera' publicado por EL DIARIO VASCO en enero de 2008.

«Recuerdo a mi hijo siempre sonriente»


Rubén Arrieta contaba 19 años cuando falleció por accidente sin salir de su pueblo, Zarautz, el 7 de agosto de 2005. «Siempre decía que iba a morir en moto, pero nunca pensé...», recuerda su madre, Luisa Morilla. El joven chocó con su motocicleta contra un automóvil cuya conductora, joven y principiante, había realizado una maniobra indebida, «un error que puede cometer cualquiera. Sin embargo, José, el padre de Rubén, la culpa. Ha sufrido mucho, como mi madre y el pequeño, Joseba, que ahora empieza a remontar».

Luisa vela por que siempre haya flores en el lugar donde murió Rubén. «Como madre, hay un antes y un después». Llora serena mientras cuenta su historia. «Es como si te pusieran una losa encima de la cabeza». Le consuela que «fue muy feliz toda su vida. Viajó mucho, tuvo el amor de una chica... Vivió cosas que mucha gente con 60 no ha vivido. Era muy inteligente. Hubo una etapa en la que no quería estudiar, pero cuando murió estaba a punto de acabar el bachiller».

«Se proponía ser piloto, la aviación era su pasión. En un vuelo, le dejaron entrar en la cabina y el capitán dijo que era el aficionado que había conocido que más sabía de aviones. Era un manitas y trabajaba en un bar. Lo recuerdo siempre sonriente y muy alegre. El último día fue muy especial, bonito y entrañable, y lo siento como una despedida. Le decía todos los días que lo quería. Hay que decirlo».

Rubén murió a las 10.50 horas, y Luisa se sintió indispuesta a las 11, cuando estaba en Donostia con su pareja, Óscar. A las 12 les informaron del accidente. Camino de Zarautz, Luisa intuyó lo peor: «Rubén ha muerto», y el «frío, el vacío y el dolor» se apoderaron de ella.

«Es un dolor con el que hay que aprender a vivir. Tengo una madre, una pareja y un hijo que también me necesitan. Vivo el día a día. Siento la falta de mi hijo, no la muerte, porque creo que hay una vida mejor después de esta. Todos los días hablo de Rubén, lo lloro y río con él, y también a diario pido a Dios que no se lleve a Joseba --siento miedo cuando suena el teléfono".

"Rubén está conmigo. Siempre busco una estrella en el cielo y la encuentro antes de llegar a Zarautz. Sueño con él, que siempre se ríe, y me da mucha paz». Un avión surca el cielo. Luisa lo mira complacida. «Mira, ahí va».

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Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.