Seis jóvenes vascos y tres amigos desarrollaron unos talleres
de arte en la escuela guatemalteca de La Cambalacha, a orillas del lago Atitlán
DV. Érase una vez un enorme volcán en
lo que hoy es Guatemala. La gigantesca montaña de fuego explotó y las
rocas salieron despedidas en todas direcciones, llegando incluso hasta
Texas (EE UU). El descomunal cráter se llenó de agua, y ahora se llama
lago Atitlán. Alrededor, los indios mayas que hablan cakchikel y
tzutuhil establecieron sus hogares al pie de los volcanes. Plantaban
maíz y lo asaban en fuegos que ahuyentaban a los jaguares. Hasta que
llegaron unos hombres blancos que los esclavizaron y se quedaron la
tierra durante casi quinientos años. Por eso hubo una guerra que duró
tres décadas y en la que murieron muchos indios cuyos descendientes
siguieron oprimidos. En los pueblos alrededor del lago, que ahora tenían
nombres de apóstoles, los niños mayas crecían tristes, creían que no
valían nada, y los padres de muchos de ellos bebían y les pegaban, como a
sus madres, mientras los mayores les decían que todo era pecado.
Hasta que llegó una chica llamada Gabriela y les
convirtió en los Niños Arco iris, los Jóvenes Arco iris y el Ejército
del Arte, y les enseñó juegos nuevos, que eran especiales porque les
permitían crear cosas maravillosas. Entonces, los pequeños mayas
levantaron la mirada del suelo y divisaron en el horizonte la esperanza.
Siguen siendo pobres, las tierras no son suyas y sus
padres todavía beben y miran al suelo, pero cada vez más miradas les
siguen cuando llenan de color, música e ilusión las calles que durante
quinientos años fueron tristes y donde ahora florecen sonrisas y brota
el orgullo.
Durante el año pasado, seis jóvenes vascos, una catalana,
un australiano y una británica, todos artistas, saltaron el océano en
avión para enseñar en la escuela de Gabriela, La Cambalacha, en San
Marcos La Laguna. David Aguilar, Mikel Etxandi, Lydia Iratxeta, Itxaso y
Saioa Iribarren, Pello Gutiérrez, Eva López, Rebecca Wilkinson y Jesse
Sullivan, apoyados por Banda Bat y Mikelazulo, fueron durante dos meses
monitores en talleres de animación, títeres, recursos web, inglés,
educación ambiental, pintura, movimiento y gesto, sonido.
Los jóvenes artistas encontraron allí a unos niños «muy
agradecidos», disciplinados y responsables, a quienes cuesta «bastante»
expresarse por siglos de educación represiva y los traumas del maltrato,
la pobreza y la guerra, más que por el idioma, ya que aprenden
castellano en las escuelas normales a las que van por las mañanas. La
Cambalacha también visita esos colegios, y los maestros, antes
recelosos, ahora lo agradecen porque ven que los niños están más
motivados tras los talleres artísticos.
Valores
La escuela de Gabriela Cordón enseña a los niños valores,
les enseña a expresarse, y desarrolla su personalidad para que tengan
seguridad en sí mismos. Todo a través del arte. «Ha cambiado mi vida»,
asegura Gaspar. Pertenece al Ejército del Arte, como el resto de los
mayores, «auténticos profesionales», según los voluntarios vascos. Dos
han sido contratados en el hospital de San Pedro para hacer de payasos
«toda la temporada», y otros nueve también cobrarán por impartir
educación sexual en los pueblos a través del Proyecto Payaso. Los
alumnos que concluyen sus estudios en La Cambalacha reciben además un
título del Ministerio de Educación guatemalteco.
Fiesta de despedida
Cuando los nueve jóvenes artistas extranjeros se tenían
que marchar, La Cambalacha les ofreció una fiesta de despedida en la que
Api hizo su espectáculo de clown; Gaspar rapeó; Moisés
bailó el kung fu-hip hop; Angélica y Santos contaron las leyendas que
habían recopilado; Juanita presentó su encuesta sobre temas sociales;
Diego dirigió a la comparsa en la ejecución de la canción que él había
compuesto; Giovanni recitó un monólogo; Manasés, sus poemas; y los niños
representaron una obra teatral. David, Lydia, Pello y los demás
volvieron con la mochila cargada de recuerdos, experiencias y lecciones.
Y regresaron con el corazón más grande. Tanto, que dejaron allí un
pedacito.
La Cambalacha sigue allí, en San Marcos la Laguna, y el
mapa para llegar está en un sitio mágico que está en todas partes y en
ninguna a la vez y que se llama internet: www.lacambalacha.org.
Los nueve jóvenes artistas piensan volver, aunque antes de poder
planearlo tienen que reponer sus cuentas del esfuerzo económico que han
realizado. Pero la que de verdad necesita ayuda económica es la propia
escuela, porque con ilusión e imaginación no basta, ni siquiera allí.
Esto no es un cuento, no tiene final. El destino siempre
está un paso más adelante, más allá del arco iris que une Euskadi con el
lago Atitlán.
Para conocer mejor La Cambalacha: http://lacambalacha.org/es/
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