miércoles, 25 de septiembre de 2013

Un arcoiris de Euskadi a Guatemala

Seis jóvenes vascos y tres amigos desarrollaron unos talleres de arte en la escuela guatemalteca de La Cambalacha, a orillas del lago Atitlán

Pintando sonrisas en Atitlán
DV. Érase una vez un enorme volcán en lo que hoy es Guatemala. La gigantesca montaña de fuego explotó y las rocas salieron despedidas en todas direcciones, llegando incluso hasta Texas (EE UU). El descomunal cráter se llenó de agua, y ahora se llama lago Atitlán. Alrededor, los indios mayas que hablan cakchikel y tzutuhil establecieron sus hogares al pie de los volcanes. Plantaban maíz y lo asaban en fuegos que ahuyentaban a los jaguares. Hasta que llegaron unos hombres blancos que los esclavizaron y se quedaron la tierra durante casi quinientos años. Por eso hubo una guerra que duró tres décadas y en la que murieron muchos indios cuyos descendientes siguieron oprimidos. En los pueblos alrededor del lago, que ahora tenían nombres de apóstoles, los niños mayas crecían tristes, creían que no valían nada, y los padres de muchos de ellos bebían y les pegaban, como a sus madres, mientras los mayores les decían que todo era pecado.
Hasta que llegó una chica llamada Gabriela y les convirtió en los Niños Arco iris, los Jóvenes Arco iris y el Ejército del Arte, y les enseñó juegos nuevos, que eran especiales porque les permitían crear cosas maravillosas. Entonces, los pequeños mayas levantaron la mirada del suelo y divisaron en el horizonte la esperanza.
Siguen siendo pobres, las tierras no son suyas y sus padres todavía beben y miran al suelo, pero cada vez más miradas les siguen cuando llenan de color, música e ilusión las calles que durante quinientos años fueron tristes y donde ahora florecen sonrisas y brota el orgullo.
Durante el año pasado, seis jóvenes vascos, una catalana, un australiano y una británica, todos artistas, saltaron el océano en avión para enseñar en la escuela de Gabriela, La Cambalacha, en San Marcos La Laguna. David Aguilar, Mikel Etxandi, Lydia Iratxeta, Itxaso y Saioa Iribarren, Pello Gutiérrez, Eva López, Rebecca Wilkinson y Jesse Sullivan, apoyados por Banda Bat y Mikelazulo, fueron durante dos meses monitores en talleres de animación, títeres, recursos web, inglés, educación ambiental, pintura, movimiento y gesto, sonido.
Los jóvenes artistas encontraron allí a unos niños «muy agradecidos», disciplinados y responsables, a quienes cuesta «bastante» expresarse por siglos de educación represiva y los traumas del maltrato, la pobreza y la guerra, más que por el idioma, ya que aprenden castellano en las escuelas normales a las que van por las mañanas. La Cambalacha también visita esos colegios, y los maestros, antes recelosos, ahora lo agradecen porque ven que los niños están más motivados tras los talleres artísticos.
Valores
La escuela de Gabriela Cordón enseña a los niños valores, les enseña a expresarse, y desarrolla su personalidad para que tengan seguridad en sí mismos. Todo a través del arte. «Ha cambiado mi vida», asegura Gaspar. Pertenece al Ejército del Arte, como el resto de los mayores, «auténticos profesionales», según los voluntarios vascos. Dos han sido contratados en el hospital de San Pedro para hacer de payasos «toda la temporada», y otros nueve también cobrarán por impartir educación sexual en los pueblos a través del Proyecto Payaso. Los alumnos que concluyen sus estudios en La Cambalacha reciben además un título del Ministerio de Educación guatemalteco.
Fiesta de despedida
Cuando los nueve jóvenes artistas extranjeros se tenían que marchar, La Cambalacha les ofreció una fiesta de despedida en la que Api hizo su espectáculo de clown; Gaspar rapeó; Moisés bailó el kung fu-hip hop; Angélica y Santos contaron las leyendas que habían recopilado; Juanita presentó su encuesta sobre temas sociales; Diego dirigió a la comparsa en la ejecución de la canción que él había compuesto; Giovanni recitó un monólogo; Manasés, sus poemas; y los niños representaron una obra teatral. David, Lydia, Pello y los demás volvieron con la mochila cargada de recuerdos, experiencias y lecciones. Y regresaron con el corazón más grande. Tanto, que dejaron allí un pedacito.
La Cambalacha sigue allí, en San Marcos la Laguna, y el mapa para llegar está en un sitio mágico que está en todas partes y en ninguna a la vez y que se llama internet: www.lacambalacha.org. Los nueve jóvenes artistas piensan volver, aunque antes de poder planearlo tienen que reponer sus cuentas del esfuerzo económico que han realizado. Pero la que de verdad necesita ayuda económica es la propia escuela, porque con ilusión e imaginación no basta, ni siquiera allí.
Esto no es un cuento, no tiene final. El destino siempre está un paso más adelante, más allá del arco iris que une Euskadi con el lago Atitlán.

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Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.