lunes, 11 de febrero de 2013

Flores en la carretera - En el nombre del hijo

Continúo reproduciendo el reportaje 'Flores en la carretera' publicado por EL DIARIO VASCO en enero de 2008.

«¿Por quién luchar si no es por un hijo?»


La frontera que separa el accidente del homicidio la fijó un juez en el siguiente caso. El culpable, Laurent Marcel P. M., transportaba 872 kilogramos de hachís por la A-8, a la altura de Itziar, en un Touareg blindado. Avistó un control de la Guardia Civil, dio media vuelta y huyó en dirección contraria. A lo largo de 7 kilómetros, la suerte sonrió a varios conductores. Iosu Trujillo y Teresa Ruiz, sin embargo, no pudieron esquivarlo.

Era medianoche del 18 de febrero de 2005. Las víctimas contaban 33 y 35 años, respectivamente. La parte delantera del Rover 45 que conducían quedó completamente destruida. El habitáculo interior del Touareg, en cambio, resultó intacto. Laurent Marcel fue condenado a 15 años de prisión.

La Ertzaintza consiguió dar con el padre de Iosu, José Luis, a las nueve de la mañana. El estrés que le causó la noticia le reventó el oído derecho, pero no se dio cuenta hasta dos semanas después, gracias al teléfono. Ahora está a la espera de una operación para recuperar la audición.

Tenían una relación muy estrecha -«era amigo además de hijo»- que no se ha interrumpido. José Luis lleva el reloj de Iosu, y usa habitualmente ropa del «chaval». «No he acudido a ningún psicólogo porque ya sé lo que tengo. Al chaval de la cabeza no me lo puedo quitar. Estoy viviendo siempre con él». Asegura que no se siente «la misma persona» y que ha perdido la tranquilidad, pero por lo menos ha conseguido dormir mejor y sin pastillas.

Este mecánico jubilado honra la memoria de su hijo. «Era un chaval majísimo. Era como son las personas». A los 23 años, Iosu, cuya inteligencia deslumbraba a compañeros y profesores, se convirtió en el ingeniero número uno de su promoción. Por aquel entonces falleció su madre, Lucía Vidán, por la que se desvivía. «Tras el accidente me decían: 'menos mal que no vive Lucía'».

Iosu era muy apreciado por sus compañeros, entre ellos su hermano José Luis. Fue un año campeón del interpueblos de pelota, deporte que practicaba en el pueblo de su madre, Alda, en Álava, donde le tributaron un homenaje el pasado 24 de noviembre. También era un «excelente» conductor. José Luis siempre lo dejaba conducir porque «era mucho más responsable. Jamás había tenido un accidente. Además, era abstemio».

Teresa y Iosu se conocieron en San Fermín tres años antes del accidente. En 2005, residían en Altza y ella era matrona en el Hospital Donostia. Además, trabajaba como cooperante en verano. Planeaban casarse, y a Iosu se le notaba encantado con la primera hija de su otra hermana, Jaione -«a la segunda no la ha conocido». El abogado Miguel Alonso los definió como «personas válidas en la sociedad».

Cuando José Luis anunció que se iba a personar en el juicio contra el traficante, le advirtieron que le iba a costar dinero. «Como si me tengo que arruinar. Si no es por un hijo, ¿por quién vas a luchar?». Pero no guarda rencor a Laurent Marcel. «Tenía la misma edad y le esperan muchos años de cárcel. No puedo evitar sentir pena por él aunque me haya matado al hijo».

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Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.