lunes, 28 de enero de 2013

Con la yugular cortada

FUENTE. diariovasco.com
Gustavo había trabajado cinco años como tornero hasta mayo de 2008, cuando llevaba tres meses como empleado temporal en una empresa ubicada en el polígono de Etxebarri de la capital vizcaína. Sabía que las virutas de hierro que despide el torno queman, pero no que podía pasar lo que le ocurrió. Por eso no exigió una mampara que le protegiera en el torno vertical que manejaba, del que los sobrantes de la pieza salen disparados en un arco de 360 grados.
El primer aviso le entró en el ojo en forma de viruta pese a que llevaba puestas las gafas de protección. Dos semanas después, otra se le clavó detrás de la rodilla y sangró abundantemente. A la semana del segundo percance, una tercera viruta salió disparada y le cortó la yugular. Fue el 3 de junio de 2008. Perdió el conocimiento y no sabe cuántos litros de sangre. En su cuerpo llegó a haber un 30% de oxígeno, cuando con menos de 80 ya aparecen secuelas. Los médicos no esperaban que sobreviviera.
Cuando estaba en coma en el hospital de Cruces, sufrió una trombosis en la pierna. Llamaron a su madre a las tres de la madrugada para que fuera, pero no le dijeron por qué. Ella creyó que su hijo había muerto.
Pero Gustavo sobrevivió y despertó tras doce días en coma. «¿Qué hago aquí?». Le contaron lo que le había pasado. «Imposible», contestó. No se creía que una viruta le pudiera atravesar. Su pierna no se recuperó tras la trombosis. Cuando me contó su historia, habían pasado diez meses desde el accidente. Tenía que llevar muletas y a pesar de los diez meses de rehabilitación no había conseguido restablecer la movilidad de su pie ni situarlo bien para poder apoyarlo. Por eso, el lunes 27 de abril de 2009 le operaron en Barcelona para fijarlo en 90 grados. Le dijeron que no tendría movilidad, pero podría pisar con él.
Un encargado de la empresa fue a verle al hospital. «Creo que para la foto», sospecha. «Después, no me llamaron ni una sola vez. No demostraron ni un poco de humanidad. Como dice todo el mundo, para ellos somos un número. Por eso le dije al abogado que a por ellos».
Aunque para Gustavo la indemnización era «secundaria», porque lo que quería es «buscar trabajo como una persona normal. Me gusta ganarme el pan. Pero el torno, ahora, me da miedo». En la empresa lo han cubierto con una mampara «perfecta que vale 60 euros».
Una vez se encontró con el cirujano que le abrió la pierna cuando estaba en coma. «Qué alegría de vernos -le dijo el médico--. Todavía es el día en que alucinamos de que estés vivo».
 
Gustavo es una de las muchas personas que conocí gracias a mi trabajo de periodista y a de las que no he sabido nada después. Espero que recordar su historia sirva para que se extremen las precauciones en todos los puestos de trabajo.

Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.