sábado, 2 de febrero de 2013

Perder las piernas en el trabajo

Continúo reproduciendo el reportaje "No podrán con nosotros" publicado por EL DIARIO VASCO en 2009


«Echo de menos poder valerme por mí mismo»

Abede Akass nació en Marruecos en 1979. Vino a España en 2000, aunque un mes después hizo una visita a su país de origen para casarse con su mujer, que se quedaría allí. Durante siete años, Akass desempeñó distintos trabajos, primero en Galicia y luego aquí en Gipuzkoa.
En 2007, Abede vivía en Aretxabaleta y trabajaba en una chatarrería local. El 31 de octubre de aquel año, la máquina que aplastaba el cartón se atascó. El joven se acercó para solucionar el problema. El aparato se puso en marcha de golpe, le atrapó ambas piernas y todo se hizo dolor. Se las arrancó casi hasta las rodillas. No perdió el conocimiento y los minutos se hicieron eternos mientras lo trasladaban al hospital comarcal de Arrasate.
En la cama del hospital, con su familia en Marruecos, Abede quedó «abandonado en manos de Dios». A los pocos días, lo trasladaron al Hospital de Santiago en Vitoria, y más tarde al de San José, en la misma ciudad y de la mutua Mutualia. El joven pasó un mes «muy largo y complicado, el más duro» de su vida, dominado por la soledad, la angustia y el dolor de los miembros que ya no tenía.
Al mes del accidente, Mutualia, a la que Abede está muy agradecido, trajo a sus padres y a su mujer desde Marruecos. El reencuentro fue un choque de sentimientos encontrados. La satisfacción del paciente, por fin con los suyos, se estrellaba contra el sufrimiento de unos padres que tenían ante sus ojos bañados de lágrimas a su hijo mutilado. Ellos tuvieron que regresar al país vecino, pero su esposa pudo permanecer junto a Abede en Vitoria, donde se quedaron por ser una ciudad mejor adaptada a sus problemas de movilidad. Los siete años de trabajo de Akass en España sirvieron para que la pareja pudiera vivir con sus ahorros. Ella no podía ponerse a trabajr porque él necesita asistencia continua. El tema de la pensión «está en manos de los profesionales». Todavía no saben «nada» de las ayudas de la Ley de Dependencia solicitadas.
Abede tiene que luchar todos los días, física y mentalmente. «Lo paso mal, no vamos a mentir». Hace rehabilitación de lunes a viernes, aunque a veces no le apetezca tras «darle vueltas» enfermizas a la cabeza. Con las prótesis que le compró la mutua y las muletas, puede andar algo, «¿y sabe cuánto?: 1.350 metros, pero llega a casa «cosido por el calor» y se las quita con los muñones ardiendo. Una vez allí, necesita ayuda hasta para lo más básico. Confiesa que más de una madrugada se ha hecho sus necesidades encima al no conseguir ponerse las prótesis para llegar al baño.
Abede añora «la vida, poder valerme por mí mismo, poder andar como los demás, subir al monte, nadar. El trabajo no; ahora, tras lo que me ha pasado, lo odio».

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Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.