miércoles, 4 de mayo de 2016

"Mi vida se acabó en Srebrenica" Muertas en vida

Los dos hijos de Hatidza, el de Hajra y los maridos de ambas fueron asesinados en la matanza de 1995. Ellas luchan por que se haga justicia
07.11.08 -

«Mi vida se acabó en Srebrenica»
Hatidza Mehmedovic y Hajra Catic ofrecieron su testimonio en San Sebastián. /MICHELENA
 
DV. «Miles de madres de Srebrenica, al igual que yo, morimos en 1995. Mi vida se acabó. Ya sólo respiro. En vez de ver crecer a mis hijos, pido a Dios encontrar sus restos. Todas las felicidades se han acabado para mí», declara Hatidza Mehmedovic, y nada en su expresión lo desmiente. Los dos hijos de Hatidza, su marido y todos los varones de su familia fueron asesinados por los chetniks serbios en la matanza que comenzó el 11 de julio de 1995 en Srebrenica. En apenas unos días, alrededor de 9.000 hombres fueron ejecutados. Mehmedovic y Catic se acercaron ayer a San Sebastián para dar a conocer su experiencia, de la mano de Idi Ezkerra y SOS Balcanes.
Srebrenica es una pequeña localidad bosnia situada muy cerca de la frontera con Serbia. En 1992, bandas paramilitares y «el propio ejército ex yugoslavo» lanzaron una ofensiva sobre la región que sólo resistieron tres localidades, entre ellas Srebrenica, que fue cercada y sitiada. En 1993, la ONU la declaró zona segura y quedó bajo la protección de los cascos azules. Los lugareños se sintieron a salvo, pese a que la comunidad internacional les quitó sus armas. Pero los tanques serbios seguían acechando. En julio de 1995, los chetniks empezaron a intentar romper el anillo protector. El día 10, el hijo de Hajra Catic advertía desde la radio local que si la comunidad internacional no hacía algo, aquella sería su última crónica.
El 11 de julio, el general serbio Mladic entró triunfal en Srebrenica. «Ha llegado la hora de la venganza contra los turcos», anunció, en referencia a los musulmanes bosnios. Separaron a los hombres de entre 12 y 60 años de sus familiares y cumplieron su amenaza.
Pero los supervivientes no presenciaron el crimen, y se aferraron a la esperanza como a un clavo ardiendo. Catic recuerda que, cuando en el 96 y en el 97 empezaron a oír hablar de fosas comunes, no lo podían creer. «Pero, con el tiempo nos dimos cuenta de la verdad», que quiebra su discurso para hacerla llorar.
Ultraje a los muertos
Mehmedovic revivió el dolor de 1995 el 13 de noviembre de 2007. «Todo se volvió oscuro y no era consciente» de lo que le decían. Habían encontrado el cuerpo de uno de sus hijos, pero no se podía saber si era el mayor o el menor, porque fue enterrado sin ropa ni objetos personales para impedir su identificación. Por el mismo motivo, aparecieron restos de su marido en tres fosas distintas.
Mehmedovic y Catic presiden las asociaciones Madres de Srebrenica y Mujeres de Srebrenica, respectivamente. Luchan por recuperar los cuerpos de sus seres queridos y por que se haga justicia. Ven a diario a «muchos genocidas, muchos Karadzic, muchos Mladic» que viven libres en su región. Algunos incluso son alcaldes. No están satisfechas con el Tribunal de la Haya, por «la lentitud de sus procesos y la levedad de sus condenas». Quieren poder enterrar a sus hijos y maridos para rezar ahí. Entre sus oraciones, una para «que nunca, nadie, cometa otra vez algo así».

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Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.