miércoles, 25 de septiembre de 2013

Sueños de niños de Tánger

Reportaje publicado por EL DIARIO VASCO

AL DÍA LOCAL

La asociación Sueños de Niños y Jóvenes trabaja por un futuro para cientos de menores marroquíes

Sueños que cumplir en Tánger
Ilargi Mayor y Mohcine Hammane, promotores de la asociación Sueños de Niños y Jóvenes. /MICHELENA 
 
Hay que vivir una situación muy desesperada para huir de tu país agarrado a los bajos de un camión. Para cambiar eso, la asociación Sueños de Niños y Jóvenes de Tánger trabaja con 300 menores de uno a 17 años de edad en Bir Chifa, un barrio marginal de la ciudad marroquí. Su objetivo es que tengan un futuro sin salir de allí. Tratan de prevenir mediante la educación que abandonen la escuela y acaben en la calle, que conduce a «la mayoría» al puerto. Son diez voluntarios, entre ellos los educadores sociales Mohcine Hammane e Ilargi Mayor.
La pareja lleva seis meses en Pamplona, la ciudad de Ilargi, y vinieron a Donostia para contar su experiencia en los Encuentros Interculturales que organiza la asociación socio-cultural local Banda Bat.
Pero es como si Mohcine estuviera en Tánger. «Hablamos de este tema y mi cabeza se va allí», comenta apesadumbrado.
Bir Chifa es el origen de muchos de los menores acogidos por la Diputación. Mohcine lo descubrió en el puerto de Tánger, donde trabajó más de siete años con los niños y adolescentes que no ven la hora de emigrar. Jóvenes que se esconden bajo los camiones o nadan hasta los barcos, y de los que demasiados mueren bajo las ruedas de los transportes o en el mar.
Por eso, hace ya casi tres años, Mohcine y algunos compañeros decidieron intervenir en el foco del problema, en Bir Chifa, donde más de la mitad de las familias, de nueve personas de media, viven con menos de 200 euros al mes. Un estudio sobre 800 familias les confirmó además que el 67% de los menores abandonan los estudios. Dejan clases abarrotadas, con «hasta cincuenta alumnos», donde unos profesores desbordados, y que en demasiadas ocasiones les han «castigado física y psicológicamente», no les echarán de menos. La mayoría de los padres son inmigrantes del campo, analfabetos que no dan mucha importancia al hecho, y que incluso empujan a sus hijos a que trabajen, sin importarles echarlos a la calle hasta que no vuelvan con una fuente de ingresos. En las largas noches sobre el asfalto, muchos hallan evasión y calor en el disolvente que inhalan.
Tánger sufre mucho paro. Los niños apenas encuentran trabajo como ayudantes en los mercados. Por eso emigran tantos aquí, primero al Estado y después a Euskadi, conocida por ofrecer más empleo y mejores ayudas sociales. Una vez aquí, descubren que no se les permite trabajar. No son pocos los que, entonces, delinquen, y su comportamiento se convierte en la mayor queja de sus educadores. Mohcine advierte de que vienen aquí «tras muchos años en la calle». Opina que los monitores vascos no conocen bien ese origen. Les invita a que hagan «un mayor esfuerzo por conocerlos, por adentrarse en su cultura, por saber de dónde han salido».
«Que puedan ser niños»
Los menores de Bir Chifa «sueñan con tener una vida mejor, con disponer de oportunidades», expone Mohcine. Pero también da importancia a que «los niños puedan ser niños». En el local de diez metros cuadrados que tiene alquilado Sueños, encuentran un espacio que «sienten como propio y donde pueden ser ellos mismos». La asociación trabaja allí con ellos y esporádicamente en las escuelas, así como con treinta madres, «pero es muy difícil acceder a la mujer en Marruecos». Con los padres y abuelos resulta más fácil.
Inculcan a los niños de Bir Chifa valores y principios, les enseñan sus derechos pero también sus obligaciones, y les dan recursos a través de la educación. La pequeña suma que reciben de donantes foráneos es para pagar el alquiler del local, aunque también reciben material. Con más dinero, podrían llegar a más niños, centrarse en ellos, disponer de más medios y un local mayor. Banda Bat ha solicitado una subvención al Ayuntamiento de San Sebastián para Sueños. Pero Mohcine e Ilargi confían en que, con el tiempo, no tengan que depender de la ayuda externa y el proyecto crezca «por sí mismo. Ojalá estemos formando a los educadores del futuro».
Ilargi se sumó al proyecto hace casi dos años, en el verano de 2007, poco antes de que la asociación se constituyera como tal. Ella y Mohcine esperan una niña para agosto que se llamará Aisa. Nacerá aquí, pero la criarán en Tánger. Esperan que, cuando crezca, si viene a Euskadi, que no sea porque no puede hacer sus sueños realidad al otro lado del estrecho.

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Etiopía

Un país joven, apasionante y agradecido

Etiopía es un país lleno de niños que regalan su sonrisa al visitante. La edad media es de 18 años, la esperanza de vida se sitúa en los 50, cada mujer tiene una media de cinco hijos y el 12% de los pequeños mueren antes de los 5 años. Se calcula que por lo menos tres millones y medio de personas padecen sida, pero quienes conocen la realidad del país sobre el terreno estiman que esa cifra se queda corta.
Esta situación límite conmueve en lo más hondo al visitante, encandilado por la formidable acogida que tributan los etíopes y la belleza de sus paisajes y sus gentes, así como por esa sensación que transmiten los nativos de saber disfrutar y agradecer lo poco que tienen en un país donde, a diferencia de Euskadi, la continuidad de la vida no se da por supuesta.
Un ejemplo de esta actitud es la aldea de Mayafulalu, cerca de Meki. Sus habitantes se sienten ricos porque disponen de una fuente, electricidad y una escuela, además de una iglesia y un molino, edificados con los donativos de un hondarribiarra y un notario donostiarra, respectivamente, que no quieren ser conocidos por ello. Selam, embarazada de ocho meses, considera que vive «mejor que la reina de Inglaterra» porque ya no tiene que andar 14 kilómetros para traer agua o para moler el grano.
Lejos de la imagen de miseria y hambre que asociamos con Etiopía, el país africano constituye un destino turístico singular, con sus monumentos, sus parques naturales y, sobre todo, su gente.